Rompiendo estigmas y creando libertad educativa
Por Nadia Cedillo
Durante todo mi tiempo como estudiante, siempre estuve adscrita a un modelo de clases presenciales. Fue hasta el 2019, cuando el mundo dio un gran giro y ahora tenía la perspectiva de ser estudiante en cursos en línea, al mismo tiempo que tenía que ser docente sin poder ver a mis estudiantes en absoluto. Por un lado, sentía que, como estudiante al igual que algunas de mis compañeras, estaba aprendiendo de una manera increíble. Tenía la posibilidad de anotar en qué momento algo no me había quedado claro para volver a ello en una clase pregrabada e investigar a fondo si se trataba de un término que no había escuchado antes. Pensaba que si hubiera tenido la posibilidad de tomar algunas clases de este estilo cuando aún estudiaba la licenciatura y no sólo en un curso adicional, quizá hubiera obtenido mejores resultados en algunas materias que me costaba trabajo seguir.
Por otro lado, entendí que para muchos otros estudiantes el aprendizaje en línea no era ideal, que necesitaban interacción cara a cara con profesores y compañeros para poder aprovechar su aprendizaje. Si bien, siempre me he inclinado hacia la autonomía del aprendizaje en mi formación académica y profesional, comprendo que no es para todos y me sorprendía al escuchar que amistades en otros países habían estado trabajando con la metodología Blended Learning desde mucho antes. Sin embargo, la idea de educación a distancia en mi contexto siempre se había visto como un recurso para estudiantes que por razones varias tenían un horario laboral muy complicado.
En su artículo, “Distance Education Leaders in Latin America and the Caribbean”, Patrícia Lupion Torres y Claudio Rama afirman que la educación superior a distancia sólo se ha establecido recientemente en algunos países de América Latina y el Caribe como parte de las amplias reformas de educación superior. Pero, a pesar de su crecimiento en matriculaciones y relevancia desde 1970, la contribución y cobertura de la educación a distancia continúa siendo marginal. En mis tiempos de preparatoria, se entendía que la preparatoria abierta o a distancia era un modelo para jóvenes que necesitaban retomar su educación y quizá no se sentían ya en edad escolar adecuada para retomar sus estudios. Aunque ninguna de las situaciones anteriores tiene nada de malo, creo que ahora más que nunca es momento de retirar los estigmas asociados a la educación no tradicional ni presencial y abrirnos a las posibilidades que la tecnología nos ofrece para brindar más opciones y oportunidades a todas y todos quienes quieran completar su educación bajo sus propios términos.
Torres y Rama exponen que al inicio este método de educación en América Latina se caracterizaba por ser simple, predominantemente de baja calidad y con una oferta institucional muy limitada para la atención de sus estudiantes. Creo que es importante afirmar que este modelo ha mostrado tener resultados favorables, tanto en México como en América Latina y el Caribe, puesto que las instituciones que ofrecen esta modalidad se han enfocado en crear una educación de alta calidad y con todos los recursos necesarios para que más estudiantes tomen las riendas de su propio aprendizaje y cuenten con diversas opciones, independientemente de su situación, para tener una educación satisfactoria y plena. Es importante para todos nosotros hacer a un lado los estigmas y prejuicios ante lo que no conocemos de primera mano y comenzar a pensar que la educación es un derecho humano al cual todos deberíamos tener acceso, pero no por ello sacrificar otros aspectos de nuestra vida.
Fuentes consultadas:
Torres, Patrícia Lupion, and Claudio Rama. “Distance Education Leaders in Latin America and the Caribbean.” Journal of Learning for Development 5.1, (2018). Pp. 5-12.